domingo, 24 de febrero de 2008

A un año de su muerte

Este es un articulo que publicaron en el periodico "La Jornada" el Sábado 31 de diciembre de 2005.



Réquiem por María Luisa Puga, a un año de su muerte

Son las cuatro de la mañana. Suena el despertador. En la oscuridad, María Luisa Puga se levanta con cuidado para no despertar al compañero, cierra la puerta, va hacia su mesa de trabajo, abre su cuaderno y escribe. La pluma es Montblanc; la tinta, café.

Las posibilidades del odio, que apareció en la editorial Siglo XXI de Arnaldo Orfila Reynal en 1978, se refiere a Africa, principalmente a Nairobi. A los seis meses la editorial La Máquina de Escribir publicó: Inmóvil sol secreto, mientras María Luisa Puga terminaba, también para Siglo XXI, su segunda novela: Cuando el aire es azul, a propósito de una comunidad envuelta en un aire azul cuya textura era la conciencia de sus habitantes. Siete meses más tarde apareció un libro de cuentos, Accidentes, los cuales tenían un común denominador: la muerte.

Cuando la conocí, María Luisa se escondía tras un largo, tupidísimo fleco de "güera de Acapulco", ese tostado que adquieren los lancheros de tanto estar bajo el sol. La entrevisté y respondía sin mirarme, como si se tratara de una penitencia. Inútil decir que me llamó prodigiosamente la atención y la quise de inmediato. Tomaba sus propias decisiones. Muy joven decidió vivir sola, muy joven empezó a trabajar, muy joven también atravesó el océano.

Se fue a Italia, a Francia, a Africa porque era huérfana y porque quiso saber lo que significaba sentirse verdaderamente sola. El miedo que le producía irse era lo único que la podía hacer ver el mundo desde otro ángulo, fuera del alcance de las culpas habituales, de los miedos habituales. Viajó sola, sin dinero y sin saber adónde llegaba. En Londres encontró trabajo en la embajada de México, donde iban los mexicanos a gestionar pasaportes, y entre ellos apareció Ramiro, el personaje de su cuento en el libro Accidentes. Ramiro es la historia de un muchacho mexicano, hijo de un riquillo dueño de una tlapalería, consentido por sus padres, flojo y abusivo. Lo único que verdaderamente le apasiona es su coche. ¡Ah!, y también ir al cine. Pero su padre decide mandarlo a perfeccionar un inglés que no sabe a Londres. Entonces Ramiro descubre la soledad, los golpes, la neblina, el miedo. Y sus padres descubren el fracaso. Este cuento es, junto con Las mariposas, uno de los cuentos magistrales de María Luisa Puga.

Llegar hasta el fondo de la búsqueda

''Cuando me fui de México, en abril del 68, antes del movimiento estudiantil -me contó María Luisa Puga-, huía de una total impotencia ante la realidad de mi país. Ser mexicana, ser mujer, ser escritora me parecían imposibles. No encontraba el espacio para esas identidades. Recuerdo que cuando trabajé con Barbachano Ponce tuve que prestarle mi ropa a Arabella Arbenz para una escena de la película Un alma pura, basada en un cuento de Carlos Fuentes. Ella se puso mi suéter, falda, blusa, y yo fui al baño a mirarme con su atuendo de actriz. Nunca me atreví a salir del baño. No sabía pasar de ser una secretaria a lo que yo quería ser: escritora, mexicana, mujer. ¡Qué gacho pero es en ese orden!"

Muy pronto María Luisa Puga llegó hasta el fondo de su búsqueda y supo lo que le interesaba hacer con la escritura. Podría yo deducir que todos esos cuadernos en los que ella vaciaba los sucesos de su vida son una larga e infinita carta dirigida a su mamá. En el fondo y pensándolo bien, ese diario, a lo largo de 100 mil cuadernos, es su mamá, y llenar sus páginas la consoló de todo, de los insomnios y los sinsabores, el dolor físico y la desesperación.

Y de paso también me consuela a mí, su hermana espiritual, que a su imagen y semejanza sabe lo que son las dudas, los arrepentimientos, las preguntas sin respuesta y, sobre todo y ahora más que nunca, la orfandad.

Durante todos sus años en Europa María Luisa Puga observó a los inmigrantes y cuando llegó a Africa, a Nairobi, con su marido, ya estaba lista para escribir un libro extraordinario: Las posibilidades del odio, que a mi juicio la convirtió en la mejor escritora mexicana.

María Luisa Puga adquirió una nueva visión del mundo. Vivió en Londres, en París, en Roma, en Nairobi, y aunque nunca alcanzó un sentido de pertenencia ni se arraigó, esto le dio una visión más amplia del planeta Tierra. Sus textos, ya sea cuento o novela, nunca parten de una anécdota: parten de una sensación. La historia del mendigo la escribió por medio de frases cortas de enorme eficacia narrativa, como si fuera el mendigo que va conquistando espacios, deja de arrastrarse, consigue la muleta, un lugar en la calle para poder mendigar, un sitio de donde no lo corran, e incluso le den una bolsa de plástico con los desperdicios de comida del hotel que comparte con otros cuatro mendigos. María Luisa Puga escribió: "Las posibilidades de la muleta eran numerosas. Las fue conquistando una a una. Y tras cada conquista, el mendigo le dedicaba a su muleta un buen rato de caricias suaves, idénticas. Era de una madera oscura, con la punta cubierta con una goma negra y gastada. Un ortopedista habría dicho que era un poco alta para él y el jamás habría comprendido por qué. Era su muleta. Su pierna".

Nunca he podido leer ese capítulo sin llorar, y ahora que María Luisa se ha ido, lloro con más razón. Lloro por ella y por mí, por Pati, su hermana, e Isaac, su compañero; por todos los que la quisimos. Lloro porque María Luisa era un ser esencial, lloro porque su vida fue de absoluta entrega a la escritura, lloro porque nadie como ella sabía hablarles a los niños, a los adolescentes, a los cachorros, a los perros, a los hombres del campo, a la viudita de la miscelánea. Lloro porque el mundo sin ella jamás volverá a ser igual; lloro porque me encamino hacia mi propia muerte y todavía queda mucho por hacer, y no sé si tendré la fuerza de hacerlo sin ella. Sin ella.

Luis G.

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